miércoles, 19 de noviembre de 2014

¡Por fin han llegado!


El título lo dice todo, ¿verdad?

Esta mañana me han llamado para decirme que estaban en casa… y yo trabajando. Pero el chico ha tenido la amabilidad de volver a pasar esta tarde cuando había alguien en casa.

¡Y aquí están!















Editorial: Círculo Rojo
Precio Unitario: 12 € (+ gastos de envío)

Muy pronto, más noticias sobre la presentación


De momento, para saciar la sed de algunos, os dejo parte del primer capítulo:

Llevábamos casi seis años de relación y cinco de matrimonio. Todo parecía funcionar de lo mejor. Después de haber superado varios periodos de alejamiento y separación por culpa de nuestras carreras, vivíamos por fin juntos, tal y como lo habíamos hablado, planeado y ansiado tantas veces. Aún recuerdo, antes de nuestra reunión, las imágenes que formaba en mis pensamientos una vez estaríamos juntos: estampas mentales de plenitud, felicidad y bienestar, como si nada nunca pudiese detenernos, como si, pasase lo que pasase, a pesar de los obstáculos, consiguiésemos siempre, cogidos de la mano, afrontar y superar cualquier desafío. Ahora todo estaba mejor, habíamos incluso alquilado un piso mucho más grande que el estudio en el cual habíamos empezado a convivir.

Ambos vivíamos en tierra extranjera, donde tan sólo teníamos un par de amigos, o, mejor dicho conocidos. Allí teníamos nuestro principal punto en común, y seguramente el que nos había llevado a hablar de nuestras incomprensiones y de los obstáculos que nos encontrábamos casi a diario en nuestro entorno laboral y social desde nuestra llegada respectiva a esta región. Esta sensación y este vacío nos habían indudablemente acercado el uno al otro. Ubicados además en una región donde experimentábamos cierto nacionalismo debido en gran parte a barreras lingüísticas impuestas por administraciones locales y autóctonas, sufríamos además de evidentes muestras de racismo, él de hecho aún más por el color de su piel, las cuales nos frenaban a la hora de integrarnos en sociedad, aunque no dejaríamos nunca de intentarlo. A pesar de nuestros innumerables intentos y de nuestras ganas, también nos resultaba muy complicado encontrar un empleo, el cual no acabaría de ajustarse a nuestros estudios y cuyo sueldo no correspondería nunca a la cantidad de trabajo invertida. Desde luego no pensaba rendirme tan fácilmente al fracaso y, si algo tenía claro, era que seguiría dando pasos para intentar mejorar profesionalmente. Sin embargo también era verdad que todas estas dificultades contribuían, poco a poco, o finalmente quizás no tan despacio, a que nos viéramos cada vez más para hablar e intercambiar nuestros pensamientos, provocando así un crecimiento de nuestra confianza mutua, la cual había empezado en nuestro primer encuentro.

En lo que a mí se refería, deseaba crecer personal y profesionalmente y, por esta razón, quería seguir estudiando en una vía que se ajustaría a la que había iniciado en Francia. Estaba pensando en conseguir una licenciatura de inglés pero los trámites se hacían muy complicados en esta región puesto que, para seguir esta vía en el ámbito público, tendría que seguir las clases en el idioma regional, lo que, además de parecerme ilógico, me resultaba difícil. Dos o tres años después de nuestra repentina boda, conseguí finalmente, después de ahorrar lo suficiente, volver a estudiar la lengua de Shakespeare en una escuela privada, donde se enseñaba en el idioma de aprendizaje. Aunque esto no me permitiría conseguir el diploma en el cual había pensado en un principio, por fin estaba aprendiendo nuevamente algo que me encantaba y que, de todas formas, me serviría. Además de formarme, esto también me proporcionaba la oportunidad de salir de lo que se había convertido en una pesada rutina, la que se limitaba en ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, me permitía conocer a gente fuera de mi círculo habitual y así, de alguna forma, expandir mis horizontes, hablando de temas diferentes de los habituales. Éramos pocos en clase, unos seis o así, algunos estudiaban en la universidad, otros trabajaban e incluso estaba un señor mayor que se había jubilado unos meses antes y estudiaba por placer. Así, cada una de nuestras experiencias, la una completamente distinta de la otra, nos permitía no sólo incrementar nuestro vocabulario mientras la contábamos, sino también ponernos en el lugar del otro y empatizar. La verdad es que este escape mental me proporcionaba un respiro casi vital. Durante esas tres horas semanales podía por fin desconectar de todo y vivir en otro espacio tiempo, concentrándome únicamente en la historia o la clase del momento. Ya no existía nada más, ni siquiera la soledad que llevaba experimentando desde hacía unas semanas.

Mario Guadaña era un joven de unos veinticinco años cuando nos conocimos. No sé si fue entonces su tez morena, sus ojos en forma de almendra o su cabello negro y brillante lo que me empujó a vencer mi timidez y a preguntar, cuando lo vi por primera vez en la plaza principal de la ciudad, cuál era su país de origen, pero ese preciso instante me llevaría, años más tarde, a lamentar haber sido tan curiosa.

Poco después de casarnos, Mario había tenido que volver a su país de origen para completar y acabar su carrera con una tesis. Llevaba allí aproximadamente un mes, mientras yo seguía en Barcelona, completamente sola. Nos llamábamos casi a diario. Internet también nos facilitaba mucho la comunicación, sin embargo, no podía dejar de sentir esa sensación de soledad al entrar la llave en la cerradura de la puerta de casa. Esta separación duró unos seis meses hasta que Mario consiguió finalmente sustentar su proyecto y volver a España con su título de ingeniero. A pesar de tener finalmente el diploma oficial, y, un año y medio más tarde, su correspondiente homologación en la península, la realidad era más complicada de lo que había parecido en un inicio puesto que nadie le ofrecería la oportunidad de demostrar su valía.

Después de medio año, Mario había vuelto a mis brazos. Estábamos de nuevo juntos. Yo era muy joven y pensaba que por fin mi felicidad era completa por estar de nuevo cerca de ese hombre que tanto me había llamado la atención dos años antes. Demasiado joven si, porque mis pies rápidamente volvieron a tocar el suelo cuando me di cuenta de que quizás nunca conseguiría tener el trabajo de mis sueños. Nunca había imaginado que ganaría un sueldo increíblemente alto por unas limitadas horas laborales, pero si había soñado con un empleo que me gustase y me correspondiese. Ahora bien, aunque pocos abandonan tal perspectiva, esta tarea apuntaba más como un sueño que una realidad y podía compararse a las personas que tienen la triste esperanza de ganar a la primitiva. Teníamos que ser realistas y objetivos: los caminos profesionales que deseábamos tan sólo eran un sueño e iban a seguir siéndolo.

Hasta ahora, habíamos descartado el tema de tener niños. Habíamos convenido que sería mejor ahorrar y comprarnos una casa o un piso. Todo dependería del momento y de las oportunidades. Habíamos barajado dos soluciones, la primera era la de comprar un piso en Barcelona, alquilarlo o volver a venderlo cuando dejásemos el país puesto que, si algo teníamos claro ambos, era que no queríamos pasar el resto de nuestra vida en España. En efecto, sólo habíamos considerado este país como un trampolín hacia una futura expatriación en una comarca que nos conviniese más. A ambos nos atraía la idea de trabajar, y quizás incluso luego, de montar nuestro propio negocio, en un país en vía de desarrollo en Suramérica o en África. Proyectos, siempre proyectos, haciendo planes sin cesar, las ideas era sencillamente una fuente inagotable, sobre todo para mí. Me habría gustado abrir una escuela de idiomas. Mario, él, había pensado en abrir una empresa orientada a las nuevas tecnologías, ámbito para el cual había estudiado. No obstante, debido a la increíble subida de los precios en el sector inmobiliario español, nuestros pensamientos se enfocaron más hacia la segunda opción en la cual habíamos meditado, la de comprar un terreno en Perú, en la costa pacífica del norte del país, donde haríamos construir una casa. A pesar de tener planes a largo y muy largo plazo como los tenían la mayoría de los adultos que rozan la treintena, seguía siendo una gran adolescente con mis veintidós años y pensando que nada podría cambiarlos o estropearlos. De hecho, hasta había dibujado un plano de esa casa que se convertiría, algún día, o eso creía, en nuestro hogar.

Las Sendas de la Felicidad ©
ISBN: 978-84-9076-869-3


5 comentarios:

  1. Un principio de capítulo maravilloso, que engancha ya tengo ganas de leer el libro

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  2. Esta muy bien Karo, pero es lamentable la poca integración que has demostrado en Catalunya...

    Seguro que lo has pasado mal, si , pero como te conozco ... hablar de Región, lengua regional . Alguien que se supone que adora la historia y las lenguas ... bien poco has querido conocer esta realidad. Vives la otra, la que siempre has querido vivir, odiando a un país encerrado en una región, llámale como quieras, pero con Odio nunca encontrarás la senda de tu felicidad.

    Lamento que sigas sin querer aprender nada de este pueblo, en el que según parece, no te ha ido tan mal finalmente...

    Un abrazo,.

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  3. Hola!!

    Ante todo gracias por tu comentario. Dices que me conoces pero no sé quién eres pues has posteado como "anónimo".

    La verdad es que, para empezar, este relato, aunque basado parcialmente en mi vida, no deja de tener ficción.

    Por otra parte, no odio a Cataluña, y menos a los Catalanes, pues para empezar, mi pareja lo es y, hoy en día, tengo amigos catalanes (e incluso amigos independentistas que respetan mi punto de vista tal y como respeto el suyo). Ahora también es cierto que lo que cuento sobre lo vivido en Cataluña está lejos de ajustarse a la realidad, la cual ha sido mucho más complicada de lo que aparece en este relato.

    Intenté integrarme al llegar, hasta hice algún curso de catalán pero al dar un paso, recibía dos golpes, y esto ha durado muchos años. He aprendido y sigo aprendiendo mucho de esta comunidad y de sus habitantes, créeme.

    Un abrazo

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  4. Hola Anónimo,

    Creo que decir que conoces a Karo y no poner tu nombre, dice mucho de ti.

    Por cierto yo creo poder decir que conozco a Karo Lyne y ni yo ni nadie sabrá lo que ella pasó en Barcelona cuando llegó y durante todo el tiempo que lleva aquí.

    Por cierto soy Sergio, y si has escrito ese asunto, es que demuestras que no has leído el libro, sino tan sólo lo que escribió aquí.

    Bueno un abrazo y espero que a todos los que tengan interés en leerlo les guste tanto como a mi.

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