El
título lo dice todo, ¿verdad?
Esta
mañana me han llamado para decirme que estaban en casa… y yo trabajando. Pero
el chico ha tenido la amabilidad de volver a pasar esta tarde cuando había
alguien en casa.
¡Y
aquí están!

Editorial:
Círculo Rojo
Precio
Unitario: 12 € (+ gastos de envío)
Muy
pronto, más noticias sobre la presentación
De
momento, para saciar la sed de algunos, os dejo parte del primer capítulo:
Llevábamos casi seis años de relación y cinco de matrimonio. Todo parecía
funcionar de lo mejor. Después de haber superado varios periodos de alejamiento
y separación por culpa de nuestras carreras, vivíamos por fin juntos, tal y
como lo habíamos hablado, planeado y ansiado tantas veces. Aún recuerdo, antes
de nuestra reunión, las imágenes que formaba en mis pensamientos una vez
estaríamos juntos: estampas mentales de plenitud, felicidad y bienestar, como
si nada nunca pudiese detenernos, como si, pasase lo que pasase, a pesar de los
obstáculos, consiguiésemos siempre, cogidos de la mano, afrontar y superar
cualquier desafío. Ahora todo estaba mejor, habíamos incluso alquilado un piso
mucho más grande que el estudio en el cual habíamos empezado a convivir.
Ambos vivíamos en tierra extranjera, donde tan sólo teníamos un par de
amigos, o, mejor dicho conocidos. Allí teníamos nuestro principal punto en
común, y seguramente el que nos había llevado a hablar de nuestras
incomprensiones y de los obstáculos que nos encontrábamos casi a diario en
nuestro entorno laboral y social desde nuestra llegada respectiva a esta
región. Esta sensación y este vacío nos habían indudablemente acercado el uno
al otro. Ubicados además en una región donde experimentábamos cierto
nacionalismo debido en gran parte a barreras lingüísticas impuestas por
administraciones locales y autóctonas, sufríamos además de evidentes muestras
de racismo, él de hecho aún más por el color de su piel, las cuales nos
frenaban a la hora de integrarnos en sociedad, aunque no dejaríamos nunca de
intentarlo. A pesar de nuestros innumerables intentos y de nuestras ganas,
también nos resultaba muy complicado encontrar un empleo, el cual no acabaría
de ajustarse a nuestros estudios y cuyo sueldo no correspondería nunca a la
cantidad de trabajo invertida. Desde luego no pensaba rendirme tan fácilmente
al fracaso y, si algo tenía claro, era que seguiría dando pasos para intentar
mejorar profesionalmente. Sin embargo también era verdad que todas estas dificultades
contribuían, poco a poco, o finalmente quizás no tan despacio, a que nos
viéramos cada vez más para hablar e intercambiar nuestros pensamientos,
provocando así un crecimiento de nuestra confianza mutua, la cual había
empezado en nuestro primer encuentro.
En lo que a mí se refería, deseaba crecer personal y profesionalmente y,
por esta razón, quería seguir estudiando en una vía que se ajustaría a la que
había iniciado en Francia. Estaba pensando en conseguir una licenciatura de
inglés pero los trámites se hacían muy complicados en esta región puesto que,
para seguir esta vía en el ámbito público, tendría que seguir las clases en el
idioma regional, lo que, además de parecerme ilógico, me resultaba difícil. Dos
o tres años después de nuestra repentina boda, conseguí finalmente, después de
ahorrar lo suficiente, volver a estudiar la lengua de Shakespeare en una
escuela privada, donde se enseñaba en el idioma de aprendizaje. Aunque esto no
me permitiría conseguir el diploma en el cual había pensado en un principio,
por fin estaba aprendiendo nuevamente algo que me encantaba y que, de todas
formas, me serviría. Además de formarme, esto también me proporcionaba la
oportunidad de salir de lo que se había convertido en una pesada rutina, la que
se limitaba en ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, me permitía conocer
a gente fuera de mi círculo habitual y así, de alguna forma, expandir mis
horizontes, hablando de temas diferentes de los habituales. Éramos pocos en
clase, unos seis o así, algunos estudiaban en la universidad, otros trabajaban
e incluso estaba un señor mayor que se había jubilado unos meses antes y
estudiaba por placer. Así, cada una de nuestras experiencias, la una
completamente distinta de la otra, nos permitía no sólo incrementar nuestro vocabulario
mientras la contábamos, sino también ponernos en el lugar del otro y empatizar.
La verdad es que este escape mental me proporcionaba un respiro casi vital.
Durante esas tres horas semanales podía por fin desconectar de todo y vivir en
otro espacio tiempo, concentrándome únicamente en la historia o la clase del
momento. Ya no existía nada más, ni siquiera la soledad que llevaba
experimentando desde hacía unas semanas.
Mario Guadaña era un joven de unos veinticinco años cuando nos conocimos.
No sé si fue entonces su tez morena, sus ojos en forma de almendra o su cabello
negro y brillante lo que me empujó a vencer mi timidez y a preguntar, cuando lo
vi por primera vez en la plaza principal de la ciudad, cuál era su país de
origen, pero ese preciso instante me llevaría, años más tarde, a lamentar haber
sido tan curiosa.
Poco después de casarnos, Mario había tenido que volver a su país de origen
para completar y acabar su carrera con una tesis. Llevaba allí aproximadamente
un mes, mientras yo seguía en Barcelona, completamente sola. Nos llamábamos
casi a diario. Internet también nos facilitaba mucho la comunicación, sin
embargo, no podía dejar de sentir esa sensación de soledad al entrar la llave
en la cerradura de la puerta de casa. Esta separación duró unos seis meses
hasta que Mario consiguió finalmente sustentar su proyecto y volver a España
con su título de ingeniero. A pesar de tener finalmente el diploma oficial, y,
un año y medio más tarde, su correspondiente homologación en la península, la realidad
era más complicada de lo que había parecido en un inicio puesto que nadie le
ofrecería la oportunidad de demostrar su valía.
Después de medio año, Mario había vuelto a mis brazos. Estábamos de nuevo
juntos. Yo era muy joven y pensaba que por fin mi felicidad era completa por
estar de nuevo cerca de ese hombre que tanto me había llamado la atención dos
años antes. Demasiado joven si, porque mis pies rápidamente volvieron a tocar
el suelo cuando me di cuenta de que quizás nunca conseguiría tener el trabajo
de mis sueños. Nunca había imaginado que ganaría un sueldo increíblemente alto
por unas limitadas horas laborales, pero si había soñado con un empleo que me
gustase y me correspondiese. Ahora bien, aunque pocos abandonan tal
perspectiva, esta tarea apuntaba más como un sueño que una realidad y podía
compararse a las personas que tienen la triste esperanza de ganar a la
primitiva. Teníamos que ser realistas y objetivos: los caminos profesionales
que deseábamos tan sólo eran un sueño e iban a seguir siéndolo.
Hasta ahora, habíamos descartado el tema de tener niños. Habíamos convenido
que sería mejor ahorrar y comprarnos una casa o un piso. Todo dependería del
momento y de las oportunidades. Habíamos barajado dos soluciones, la primera
era la de comprar un piso en Barcelona, alquilarlo o volver a venderlo cuando
dejásemos el país puesto que, si algo teníamos claro ambos, era que no
queríamos pasar el resto de nuestra vida en España. En efecto, sólo habíamos
considerado este país como un trampolín hacia una futura expatriación en una
comarca que nos conviniese más. A ambos nos atraía la idea de trabajar, y
quizás incluso luego, de montar nuestro propio negocio, en un país en vía de
desarrollo en Suramérica o en África. Proyectos, siempre proyectos, haciendo
planes sin cesar, las ideas era sencillamente una fuente inagotable, sobre todo
para mí. Me habría gustado abrir una escuela de idiomas. Mario, él, había
pensado en abrir una empresa orientada a las nuevas tecnologías, ámbito para el
cual había estudiado. No obstante, debido a la increíble subida de los precios
en el sector inmobiliario español, nuestros pensamientos se enfocaron más hacia
la segunda opción en la cual habíamos meditado, la de comprar un terreno en
Perú, en la costa pacífica del norte del país, donde haríamos construir una
casa. A pesar de tener planes a largo y muy largo plazo como los tenían la
mayoría de los adultos que rozan la treintena, seguía siendo una gran
adolescente con mis veintidós años y pensando que nada podría cambiarlos o estropearlos.
De hecho, hasta había dibujado un plano de esa casa que se convertiría, algún
día, o eso creía, en nuestro hogar.
Las Sendas de la Felicidad ©
ISBN: 978-84-9076-869-3
Un principio de capítulo maravilloso, que engancha ya tengo ganas de leer el libro
ResponderEliminargenial, ahora estoy intrigado,♥
ResponderEliminarEsta muy bien Karo, pero es lamentable la poca integración que has demostrado en Catalunya...
ResponderEliminarSeguro que lo has pasado mal, si , pero como te conozco ... hablar de Región, lengua regional . Alguien que se supone que adora la historia y las lenguas ... bien poco has querido conocer esta realidad. Vives la otra, la que siempre has querido vivir, odiando a un país encerrado en una región, llámale como quieras, pero con Odio nunca encontrarás la senda de tu felicidad.
Lamento que sigas sin querer aprender nada de este pueblo, en el que según parece, no te ha ido tan mal finalmente...
Un abrazo,.
Hola!!
ResponderEliminarAnte todo gracias por tu comentario. Dices que me conoces pero no sé quién eres pues has posteado como "anónimo".
La verdad es que, para empezar, este relato, aunque basado parcialmente en mi vida, no deja de tener ficción.
Por otra parte, no odio a Cataluña, y menos a los Catalanes, pues para empezar, mi pareja lo es y, hoy en día, tengo amigos catalanes (e incluso amigos independentistas que respetan mi punto de vista tal y como respeto el suyo). Ahora también es cierto que lo que cuento sobre lo vivido en Cataluña está lejos de ajustarse a la realidad, la cual ha sido mucho más complicada de lo que aparece en este relato.
Intenté integrarme al llegar, hasta hice algún curso de catalán pero al dar un paso, recibía dos golpes, y esto ha durado muchos años. He aprendido y sigo aprendiendo mucho de esta comunidad y de sus habitantes, créeme.
Un abrazo
Hola Anónimo,
ResponderEliminarCreo que decir que conoces a Karo y no poner tu nombre, dice mucho de ti.
Por cierto yo creo poder decir que conozco a Karo Lyne y ni yo ni nadie sabrá lo que ella pasó en Barcelona cuando llegó y durante todo el tiempo que lleva aquí.
Por cierto soy Sergio, y si has escrito ese asunto, es que demuestras que no has leído el libro, sino tan sólo lo que escribió aquí.
Bueno un abrazo y espero que a todos los que tengan interés en leerlo les guste tanto como a mi.