Hoy, después de haber cumplido con los diferentes compromisos, decidí aprovechar el resto del día para por fin ir a tomar algunas fotos de la ciudad. Si bien es cierto que esta noche apenas dormí por culpa de una tormenta que decidió ubicarse justo encima de la ciudad, deslumbrando a todos con sus rayos que penetraban dentro de la habitación a pesar de las cortinas y ensordeciendo con truenos casi al mismo tiempo (es lo que tiene encontrarse en la región más lluviosa del mundo), el día se arregló tanto que el sol decidió que me faltaba color.



Esta profusión de colores y olores mezclándose por la calle, resultado de la venta de frutas, verduras, carnes y pescados cubiertos de sal, quesos y muchas cosas más, llevaba atrayéndome desde que había llegado a esta ciudad pero aún no había tomado fotos. En efecto, a la hora de fotografiar prefiero optar por la seguridad y andar con lo justo y necesario: las llaves de casa, la cámara y muy poco dinero, pues ya vi la reacción de algunas personas a la hora de tomar fotos. Al contrario del centro de estudios donde hay momentos en los que me siento casi una estrella del pop, pues todos quieren retratarse con nosotros, en la calle los locales son más bien reticentes a ser retratados: hay que pedir permiso, preguntan a veces de mala gana porque y generalmente acaban aceptando siempre y cuando ellos no salgan en la foto. Sin embargo, algunos apenas prestan atención al objetivo.






Eso sí, siempre y cuando no vean una cámara, son muy amables y muy serviciales: hoy una señora mayor, que no dejaba de sonreír dejando ver los dos únicos dientes que le quedaban, y tan ágil como una gacela, nos ayudó a encontrar un sitio donde comprar una bolsa de bolsitas de agua (porque sí, aquí el agua se bebe en bolsitas). Nos dijo que la siguiéramos y a la hora de cruzar la calle, me cogía de la mano.

Más tarde me acerqué al río para admirar la puesta de sol y apreciar el afán de los pescadores y “guías turísticos” para acabar todo antes de que llegue la oscuridad. Allí también se acercó un Chocoano a hablarme de las mini excursiones que se pueden realizar en las típicas barcas que surcan el Malecón, después de preguntarme de donde venía… y es que me es bastante difícil pasar desapercibida en esta comunidad en su mayoría afrocolombiana - pero es comentar que estaré hasta noviembre trabajando en el SENA y casi ya no me consideran turista.
Preciosa crónica, cuidate mucho, todos los dias pienso en ti, un abrazo muy grande! ������
ResponderEliminarUnas fotos preciosas, estoy seguro que es un pueblo lleno de vida y muy bonito, me alegra que todo vaya genial
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios :)
ResponderEliminarEy! Guerrera mia...que fotazas la verdad es que se me antojan ganas de ir para allá y jope que dulce gesto el de la abuelita que te coje de la mano No? me encanta! Un besazo flor nos leemos en el siguiente capitulo.
ResponderEliminar