Un Paseo por Hyde Park

Era un día lluvioso. Ambos paseaban en completa sintonía y armonía por el inmenso y verde Hyde Park mientras se refugiaban bajo el colorido paraguas que compartían, en el cual resbalaban las finas gotas de agua. De vez en cuando, las nubes grises, llevadas por el viento, dejaban que un delgado rayo de sol pasase y provocase numerosos destellos de luz en este gran lago, donde cisnes y patos de diferentes plumajes encontraban su felicidad. 

Era otoño. Las hojas de los árboles empezaban a deshacerse del verde que tantos meses habían llevado para teñirse de amarillos, naranjas, rojizos y marrones, antes de caer sobre un césped donde se escondía cantidad de ardillas que, de tanto en tanto, se atrevían a acercarse para reclamar comida. 

Jane y Arthur caminaban tranquilamente, paseando y observando todo a su alrededor. Este parque era como el pulmón de la ciudad. Andar allí les daba la impresión de encontrarse en medio de la naturaleza, sobre todo cuando llovía pues era entonces cuando paseaban menos turistas y gente. 

Hoy hace veinte años que los demás ven a Jane caminar a diario sola por este parque. Sin embargo para ella, es como si Arthur siguiera llevando su mano.