Si a finales de 2017 les comentaba que sabía que 2018 iba a ser muy diferente, hoy les puedo decir que no me equivocaba. Un año lleno de cambios y, sobre todo, de imprevistos, tantos de hecho que ya decidí no hacer planes ni para el día de mañana… así que resoluciones aún menos.
Lo bueno de 2018 ha sido que me ha permitido ver realmente con quien podía contar, pues uno se da cuenta de quienes son sus verdaderos amigos cuando llegan los problemas. En la bonanza, todos están presentes mientras que en los tiempos difíciles (sean del ámbito que sean) la nube de conocidos se va disipando y solo se dejan ver los apoyos a los cuales puedes agarrarte para evitar caer del todo.
Tal y como desde hace dos años, la vida me ha ido reservando sorpresas, unas muy buenas y otras mucho peores, prefiero no esperar ni planificar (casi) nada para este 2019 para poner en práctica lo que alguien me enseñó hace mucho tiempo: esperar lo mejor preparándome para lo peor.
Lo único que puedo decir ahora es que una nueva aventura me espera, de la cual sin duda seguiré aprendiendo cada día, y que seguiré actuando según mis criterios y valores.
En todo caso, por más que me pueda equivocar, seguiré guiándome según me lo dicte el corazón y no por la cabeza, pues no quiero llegar más tarde a preguntarme lo que habría pasado si hubiera hecho algo de lo que tenía ganas y no hice.
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