miércoles, 22 de mayo de 2019

Aprendiendo y superando

Cuando lo comenté, nadie o muy poca gente me apoyó. ¿Cómo podía una chica tan responsable como yo abandonar todo así de repente? ¡Estás loca!, me decían. ¡Con tu edad además! ¡Y con un trabajo “estable”! ¿Quién hoy en día se atreve a hacer eso? Otros se atrevieron incluso a vaticinarme terribles consecuencias: renunciar a tu puesto, perder tu apartamento, todas esas cosas que tanto te costaron conseguir, dejar tu país, tu continente y ¿para qué? ¿Para seguir ese capricho del momento? ¡Es una locura! Piénsalo bien, me recomendaban, tienes que pensar en ti primero, y en tu futuro.

Y yo de contestarles: ¡pero si es lo que hago! como si encima tuviera que justificar mis acciones

Pocas fueron las palabras de aliento y ánimo que recibí pero eso no me importó. Tal vez sí era eso, sí me había vuelto loca, tal vez… pero de alguna forma necesitaba hacer algo diferente y no estar enfrascada en esa rutina, tal un hamster que da vueltas en la rueda de su jaula sin llegar jamás a ningún destino. Todos opinaron, muchos criticaron, todos creían saber, todos aconsejaban pero nadie se ponía en mi lugar, nadie se imaginaba lo que yo sentía, pues esa sensación era algo imposible de describir con palabras.


Me hicieron dudar, no lo voy a negar. Pase noches en blanco y días llorando imaginándome los peores escenarios. Esos tormentos también hacían crecer una especie de inseguridad en mí. Pero si había luchado tanto ya para llegar hasta aquí, ¿por qué iba a rendirme ahora? De todas formas, lo que había perdido no se podía recuperar y si algo me caracteriza es el orgullo de demostrarme (a mí ante todo) que podía hacerlo, que podía tomar ese riesgo. Así que aprendí a tomar el control de mí misma, a dejar de pensar mal en lugar de analizar las circunstancias, a no preocuparme por lo material y a alejarme de influencias negativas y tóxicas.

No iba a ser fácil, lo sabía antes siquiera de iniciar este viaje. Tal vez estaba entrando en una de las etapas más difíciles de mi vida. Esta vez no me quedaba ningún as en la manga. Además, tendría que hacer frente a días de soledad con todo lo que eso conlleva, y eso era una de las cosas que más me asustaba.

Y no está siendo fácil, ¿para qué negarlo? La soledad es efectivamente la sensación más complicada de superar.

Sin embargo, a día de hoy, sé que tomé la decisión correcta. La labor que desempeño ahora es algo que me llena. Me siento bien haciendo lo que hago. Como un actor que se mete en el papel y se olvida de quien es, cuando entro en clase, me convierto en otra persona, entro en otro mundo y desaparecen todos mis problemas, todo lo demás deja de existir.  

Evidentemente al salir del aula, vuelvo a la realidad pero aprendí (y aprendo) a vivir con ella, por más dura que resulte a veces. Los que me conocen bien saben que nunca paro quieta. Aún tengo muchos planes y quiero hacer muchas cosas, las cuales me son por ahora imposibles de llevar a cabo por temas pecuniarios pero, de alguna forma, sé que todo se dará.

Me deshice de los límites que el confort me ofrecía y me arriesgaba al fracaso. El fracaso se siente como algo horrible pero no olvidé que en muchas ocasiones, el éxito proviene de las cenizas del fracaso, y eso es muy gratificante.

Y en cuando al comentario que me hicieron sobre la edad, no creo que eso sea un impedimento pues más bien lo son los prejuicios que tenemos al respecto. La edad realmente está más en la cabeza que en cualquier otro lugar. Personalmente, hago cosas hoy en día que nunca habría hecho cuando tenía 20 años, sencillamente porque me atrevo: ¿qué puede ser lo peor que me puede pasar?


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