El mal llamado "Desierto de Checua", también conocido como "Tatacoita", es en realidad un ecosistema de bosque seco tropical, ubicado en la vereda Cerro Verde, en el municipio de Nemocón, a unos 60 kilómetros de Bogotá. Al igual que en otras regiones del país, se le ha atribuido el término "desierto" por las intensas formaciones de erosión que han esculpido el paisaje durante milenios, modeladas por el viento y el agua.
Este fenómeno ha dado lugar a un escenario natural verdaderamente sorprendente: cárcavas, estoraques, socavones y formaciones geológicas únicas, que evocan paisajes semiáridos, de belleza cruda y conmovedora. Un territorio que no solo impresiona por su estética, sino que invita a una profunda conexión con la naturaleza y con las raíces culturales más antiguas del territorio.
Tarzan, mi guía favorito
Un paisaje que parece de otro mundo
El recorrido por Checua se siente como un viaje a través de un laberinto natural, salpicado de rincones fotogénicos y místicos donde la luz y las texturas juegan un papel protagónico. Dunas doradas, paredes de arenisca de hasta 20 metros de altura, vegetación de múltiples tonalidades verdes, cielos abiertos que cambian con el día: cada paso ofrece una nueva postal.
Y si bien el apodo de "Tatacoita" hace referencia a un parecido con la Tatacoa, en el Huila, la comparación no le hace justicia. Aunque comparten ciertas formas, el paisaje de Checua tiene su propia identidad, su propio espíritu y encanto.
Historia viva y espiritualidad ancestral
La caminata hasta el Cañón de Checua dura aproximadamente una hora y abarca 7 kilómetros de exploración, rodeados por cerros y formaciones milenarias. Pero este no es solo un recorrido natural: es también una experiencia histórica y espiritual. Los guías locales narran cómo este territorio ha sido habitado durante milenios, comparten relatos ancestrales sobre los dioses muiscas —como Bochica, dios civilizador— y relatan la historia del mítico Lago Humboldt.
Y sí, en este lugar sagrado podrás tomarte una foto junto a la escultura del dios Bochica, una figura emblemática que resalta el legado ancestral de la región.
Es un viaje al corazón del altiplano cundiboyacense, donde la energía de la tierra se siente con fuerza y la conexión con la Madre Tierra es inevitable.
Reforestación y conservación
Actualmente, se adelanta un proyecto de reforestación con especies nativas, cuyo objetivo es detener el avance de la erosión y preservar este frágil ecosistema. Esta iniciativa es fundamental para evitar la pérdida de suelo y garantizar la conservación de este maravilloso lugar.
Checua no es solo un lugar para visitar: es una experiencia para sentir, reflexionar y reconectar.
Si deseas más información sobre cómo descubrir esta joya escondida, no dudes en contactarme.
Muchas gracias a Diego Rodríguez por las fotos que me tomó.
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