Siempre sonreía. La gente solía decirle "se te ve bien", "me alegro que estés feliz", "que alegría verte sonreír”.
Lo que nadie sabía era que, por dentro, su corazón y su alma estaban hechos añicos. Los escasos momentos que la hacían feliz no llenaban el enorme vacío que sentía mientras caminaba solo por la calle, o al abrir la puerta metálica de su pequeño apartamento del centro para adentrarse en el profundo aislamiento que le proporcionaba lo que era a la vez su refugio y su prisión.
Nadie sospechaba cuan desgarrado estaba en su interior, cuanta falta le hacia una muestra de cariño, cuanto podía significar para él una palabra pronunciada en el momento indicado o, por el contrario, la indiferencia que llevaría su alma a los abismos más oscuros.
Él simplemente sonreía y nadie sospechaba. Mientras tanto, el vaso iba llenándose…
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