El lunes, el parque de Ciudad Montes parece otro lugar. No hay piñatas, ni carros con baúles abiertos sonando reguetón, ni humo de asadores improvisados. Solo unos niños en bicicleta, un par de ancianos jugando dominó, y yo, recién llegada de la costa pacífica, tratando de entender dónde había aterrizado después de casi dos años lejos de Bogotá.
Fue en ese parque donde decidí, desde el principio, hacer mis caminatas entre semana. Había visto lo que se armaba allí cada fin de semana: familias de toda la ciudad llegaban a celebrar cumpleaños, a descansar bajo la sombra de los árboles o a armar sus fiestas portátiles. Y aunque el bullicio tenía su encanto, yo buscaba otro ritmo.
Arrendé un apartaestudio a escasos metros del parque, en una calle que aún conserva algunos vestigios del pasado: una placa que recuerda que Antonio Nariño estuvo preso allí, casas bajas con patios escondidos y una vecindad donde aún se saluda con un “buenos días” al pasar. Llegué hace casi ocho años, extranjera y sola, con más preguntas que certezas.
Recuerdo bien las advertencias. “¿Vas al sur? ¿Estás loca? Allí te van a robar, violar, matar”. Me lo dijeron colombianos y también otros inmigrantes —o expats, como algunos prefieren llamarse, como si el origen diera caché a la experiencia migratoria. Pero no escuché. Quise hacerme mi propia opinión.
Y me quedé.
La Octava Sur, entonces, era una vía tranquila, con algunos restaurantes y bares frecuentados por vecinos que sacaban el carro el sábado para ir a almorzar en familia. Era una zona viva, pero no agitada. Luego, la estación de TransMilenio “Sena” cerró, y con ella comenzó un proceso que transformó el barrio: la construcción del metro prometía mejorar la movilidad, pero también abrió la puerta a la especulación y al reordenamiento urbano.
Las casas unifamiliares —muchas con jardines que contaban la historia de generaciones— fueron demolidas. En su lugar, se levantaron edificios de cemento y vidrio, impersonales, con locales comerciales que se repiten: restaurantes que prometen experiencias “únicas”, pero sirven lo mismo de siempre, a precios inaccesibles para la clase media que aún habita aquí.
Las constructoras avanzan, “convenciendo” a las pocas familias que quedan de vender su casa de uno o dos pisos, para construir sobre ella torres sin balcones, sin aire, sin alma. Y pienso: ¿no aprendimos nada del encierro de 2020? En esos meses de pandemia, todos anhelábamos un rincón al aire libre, una ventana por donde entrara el sol. Muchos se hicieron con un perro solo para tener una excusa legal para salir. Cinco años después, seguimos construyendo como si la vida ocurriera solo adentro.
Me adapté al barrio. Lo recorrí, lo entendí, lo quiero. Hice amigos —y, al parecer, algún enemigo también—. Pero me inquieta esta fiebre constructora que parece no tener fin. ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué calidad de vida se puede esperar cuando vivir se reduce a habitar una caja sin balcón ni vista?
Amo Bogotá. Es de las pocas capitales que conozco donde aún hay tantos parques, zonas verdes, cerros que miran la ciudad desde arriba. Pero, ¿cuánto tiempo más podremos sostener esta cordura urbana si seguimos alejándonos del verde, del silencio, del aire puro?
Desde que llegué, han pasado muchas cosas. Algunos murieron. Hubo asesinatos que aún no se explican. Sicarios contratados por mentes oscuras con dinero suficiente como para matar sin ensuciarse las manos. También hubo casos ligados al narcotráfico. Incluso se habló de un secuestro hace unos años.
Y luego están los influencers. La mayoría, más interesados en las invitaciones gratuitas que en el criterio, reseñan restaurantes donde la comida no se puede ni terminar. El espectáculo se impone sobre la calidad.
Uno de mis mejores amigos también fue asesinado. No ocurrió en Ciudad Montes, sino en Medellín, donde hacía unas prácticas. Pero él vivía a dos cuadras de donde vivo yo. Su caso, como tantos otros, se tornó oscuro, turbio, sin justicia.
A veces vuelvo al parque un lunes cualquiera. No hay globos ni fiestas. Solo niños jugando entre árboles viejos que, por ahora, siguen en pie. Y me pregunto: ¿cuánto más resistirá este barrio? ¿Cuánto más resistiremos nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario de carácter insultante será eliminado sin previo aviso. Todas las opiniones son bienvenidas en este blog. Sólo se pide formalidad y respeto a la hora de expresarse.
Any kind of insulting comment will be removed without previous notice. All opinions are welcome, we only ask for respect when writing.