Nos encanta juzgar desde la orilla. Vemos un auto de lujo y pensamos: "Debe haber nacido con suerte" o "Seguro lo consiguió de forma deshonesta". Vemos a alguien con un título universitario y asumimos que tuvo la vida fácil, sobre todo si viene de una costosa universidad, pues algunos pensarán que, si sus padres no hubieran pagado, no habría sido tan "sencillo". Rara vez nos detenemos a pensar en la historia detrás: los sacrificios, las horas de estudio o los negocios que fracasaron antes de que uno triunfara. Solo vemos la punta del iceberg, la fachada reluciente, y a partir de ahí, elaboramos nuestra propia historia.
Detrás de cada éxito hay una batalla. El que heredó una empresa familiar no la recibió gratis; posiblemente dedicó su juventud a mantenerla, trabajando los fines de semana y enfrentando la presión de no ser el eslabón débil de la cadena. El que construyó su propio camino, el "hecho a sí mismo", probablemente se desveló incontables noches, se perdió celebraciones familiares y tomó riesgos que lo dejaron al borde de la quiebra. El político que proviene de una familia adinerada o que lleva tiempo en la esfera pública tampoco lo tiene necesariamente fácil. Al contrario, desde el principio está bajo el escrutinio constante de la opinión pública, enfrentando críticas y una presión particular por su posición y las expectativas que genera su apellido o su trayectoria.
Sin embargo, hay quienes rechazan la idea misma del
esfuerzo. Prefieren la queja y el resentimiento, esperando que las cosas les "caigan del cielo" o que el gobierno les resuelva la vida. Es una mentalidad pasiva que se arraiga, una especie de rencor silencioso que se vuelve tóxico. En lugar de inspirarse en el éxito ajeno, se sienten ofendidos. El logro de otra persona no es una meta a seguir, sino una afrenta personal.
Lo más grave es que esta visión se hereda. Los hijos de quienes cultivan este resentimiento crecen con la idea de que el mundo "les debe algo". Se les enseña a juzgar en lugar de a trabajar, a envidiar en lugar de a inspirarse. Es un ciclo que se repite, dejando a una nueva generación atrapada en la misma mentalidad.
Y de ese resentimiento nace la envidia más destructiva. No se queda solo en el pensamiento, sino que se manifiesta en actos: un comentario venenoso que busca herir, un rumor que intenta desacreditar, un obstáculo que pretende detener un sueño. A veces, estos ataques funcionan. Un comentario puede sembrar una duda, un sabotaje puede hacer que alguien renuncie. La persona que causó el daño, a menudo, sigue su camino tan feliz, sin medir la devastación que dejó a su paso.
Al final, la lucha es personal. El éxito es un camino solitario, y el mayor obstáculo no siempre está en las circunstancias externas, sino en la mentalidad. Tenemos la opción de construir o de destruir. De admirar o de envidiar. De trabajar o de esperar. Y, sobre todo, tenemos la responsabilidad de enseñar a la siguiente generación a hacer lo mismo.
Porque la verdadera riqueza no está en lo que se hereda, sino en la capacidad de construir y perseverar. Nadie sabe lo de nadie: lo que tuvo que luchar una persona para llegar a donde está, lo mal que lo pudo haber pasado. Y sí, algunas personas que nacen en familias acomodadas también pueden pasarlo mal por diferentes motivos. Muchas cosas se quedan de puertas para adentro. Ya sea un político, empresario, artista o deportista exitoso, más allá de la figura pública, debemos ver al ser humano: al hijo o hija, al padre o madre, al hermano o hermana, al amigo o amiga. No tenemos ni idea de lo que pasa dentro de su casa, no nos quedemos solo con la figura pública, la consideremos buena o mala, vayamos más allá.
Al igual que en las redes sociales, estas figuras públicas proyectan una cierta imagen hacia el exterior, acorde al cargo que desempeñan, pero eso no significa que sean así en la vida real. En más de una ocasión, hemos visto cómo actores que interpretaban papeles encantadores resultaron ser personas vanidosas y soberbias en el tú a tú, del mismo modo que se ha visto a políticos que parecían intransigentes en sus discursos ser personas muy amables y humildes en persona.
La empatía es uno de esos valores que se está perdiendo cada vez más, pues muchos se polarizan sin pensar más allá de lo que ven u oyen en los medios de comunicación o, peor aún, de lo que leen en redes sociales o escuchan de vecinos que fabricaron su propia verdad a partir de algo que ya estaba deformado.
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